Siempre nos gusta compartir lo que aprendemos de los libros y de los estudios con los demás, pero raras veces compartimos nuestras experiencias personales porque a veces, creemos que es algo privado o simplemente, que a nadie le interesaría conocer lo que hemos aprendido en nuestra propia experiencia de vivir la vida. Por lo menos así lo veía yo, hasta que tuve que pasar por primera vez en mi vida una noche en un monasterio.
Por eso, este artículo que escribo desde la habitación 25 del monasterio es para compartir mis sentimientos como un musulmán que por segunda vez duerme en una habitación con una cruz encima de su cama. Claro todos se preguntarán ¿Y la primera?
Por eso, este artículo que escribo desde la habitación 25 del monasterio es para compartir mis sentimientos como un musulmán que por segunda vez duerme en una habitación con una cruz encima de su cama. Claro todos se preguntarán ¿Y la primera?
Pues, la primera vez era hace 15 años en mi primer viaja a España cuando Doña Leonor Rodríguez López, con la cual trabajaba un familiar mío me dio hospedaje por tres noches en su casa sin haberme conocido antes. Gracias a su generosidad, a su cariño que me recordaba el de mi madre regresé a Marruecos y empecé a estudiar castellano en el Instituto Cervantes para escribirle una carta de agradecimiento. Fue mi primer contacto con el castellano que hoy es un idioma que utilizo para escribir mi tesis doctoral. El castellano o el español como se suele decir no solamente me abrió las puertas académicas, sino también me permitió conocer a otras personas, a otras culturas y al mismo tiempo conocerme a mi mismo. Entre esas personas mi exvecino judío, el difunto Mauricio Arama quién me enseñó y me ayudó a mejorar mi español, y que sin saberlo me enseñó que somos diferentes pero iguales, que cuando nos conocemos nos amamos, nos perdonamos, nos enriquecimos, y aceptamos nuestras diferencias.
Esa es mi historia personal que compartí con los presentes en el VI Seminario del Desierto de las Palmas para mostrar a mis hermanos cristianos que estaban presentes, que como ellos toman al otro sea cual sea su credo como hermano, nosotros también como musulmanes lo entendemos así, y que nunca se debe juzgar a una religión, en este caso el Islam, por lo que hacen algunos.
El Islam que me enseño a amar a mi anfitriona cristiana Leonor y a llorar la muerte de mi vecino judío Mauricio, es un ejemplo de que las religiones nunca chocan ni tampoco las culturas o las civilizaciones, lo que verdaderamente chocan son nuestros miedos y nuestros intereses. Me decía un sacerdote que estaba presente en el seminario ninguna religión llama a la guerra todas llaman a la paz y al amor, y me pregunto ¿Cómo podemos amar a alguien que no conocemos? Por eso, debemos darnos la oportunidad de conocer al otro y dejarnos conocer mediante el diálogo, el intercambio de visitas y de regalos. Me gustaría algún día escuchar en los medios de comunicación que un grupo de musulmanes regaló flores a enfermos en un hospital o un grupo de cristianos contribuye con los musulmanes en la construcción de una mezquita o por qué no musulmanes y cristianos oran a Dios o Allah y trabajan juntos para acabar con la crisis económica en España.
He aprendido junto al padre Raymond en su conferencia que terminó con un diálogo respetuoso entre los dos, que cuando las palabras salen del corazón llegan directamente al corazón ignorando todas las barreras religiosas e ideológicas. Nuestro encuentro además de arrancar los aplausos y la alegría de todos, nos dejo con la esperanza de que la paz no es un mito sino una realidad y depende de cada uno de nosotros.
Digo eso, después de haberme sentido dichoso al abrazar al padre Pascual quien me invitó al seminario y sentir nuestros corazones latiendo en paz, después de haberme sentido orgulloso de ser musulmán y sobre todo afortunado de estar en una tierra y un país que me acepta como soy y que me ha enseñado que conocernos es el camino hacia la paz.
Este artículo es un homenaje a todos los que me ayudaron a encontrar ese camino hacia la paz y un pequeño gesto de agradecimiento al padre Pascual Gil y al padre Raymond Abdo por darme la oportunidad de conocer de cerca otras perspectivas de vida y conocerme a mi mismo. Sin olvidar a un anónimo quién me regalo un libro carísimo e interesante para mi investigación y lo firmó con el nombre de Paco.
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