“Eran otros tiempo, ni mejores ni peores, de
los cuales hay que aprender” es lo que pensaba al tener la
oportunidad de compartir mesa en la cafetería Mnar parck de Tánger con
Moisés Amar, un marroquí de confesión judía de 84 años, quien me traspasó su
casa, y mi padre Mohamed de confesión musulmana de 64 años. Aquel día disfruté
como nunca la compañía de dos personas mayores que me enseñaron que cada
momento, cada persona y cada experiencia es una oportunidad que tenemos para
aprender a dialogar desde nuestros corazones y a disfrutar de lo que somos,
unos seres humanos.
“El té de Marruecos es bueno, en Paris la
yerbabuena no es tan buena como aquí” decía Moisés conversando con mi padre en
el dialecto marroquí, sobre aquellos tiempos en donde el respeto al otro era un
valor que compartían todos los habitantes del edificio Nº 30 de la Calle
Velázquez de Tánger. Los dos volvían con sus memorias a los años 70 y 80, cuando
Alegría, Mauricio, Estrella, Gemol, Perla, Abd Al Baki, Demnati, Moisés y
Mohamed, eran vecinos de diferentes confesiones que no solamente compartían el
mismo edificio sino también los mismos valores. “éramos vecinos de verdad, no
nos importaba lo material ni quién era el rico o el pobre, compartíamos todo,
incluso nuestros sentimientos, alegrías y tristezas”, dijo mi padre quien me
hizo pensar en mi generación que teniendo muchas posibilidades de encontrarse
ni siquiera los vecinos se conocen, y aún así se habla del diálogo y de la
alianza de culturas y de civilizaciones. Lamentablemente somos una generación
rica en lo material pero pobre en lo sentimental.
Durante el tiempo que estuvo Moisés con
nosotros, me sentí como si fuera el joven Santiago, el protagonista de la obra
de Coelho el Alquimista, y me di cuenta de que la vida entera es un
viaje lleno de experiencias de las cuales hay que aprender a escuchar nuestros
corazones, a conocerse a través del otro ajeno, y a conquistar nuestra leyenda
personal. No hay duda de que cuando aceptamos el encuentro inevitable con el
otro diferente, aprendemos a ser más fuertes y a afrontar nuestros miedos y
luchar por nuestras esperanzas.
Debo confesar que al principio pensaba que
todos los judíos eran gente de negocio que no les interesaba ni la vecindad ni
la amistad, y que lo más importante para ellos era el dinero, pero Moisés, me
enseño que nunca hay que generalizar y que los estereotipos son el verdadero
muro que nos impide conocer el otro. A Moisés le ofrecieron más dinero por el
traspaso de su casa, pero él tenía claro que lo importante no era lo material
sino lo sentimental, y me dijo “tienes la misma edad que mi hijo menor, te vi
crecer en este edificio y quiero que tengas tu casa aquí porque me gustaría algún
día visitarte, y estoy seguro que me invitarás a tomar un té verde con
yerbabuena”.
Gracias a Moisés aprendí que lo material no
da la felicidad, ya que la felicidad para él no era ganar más dinero sino
mantener siempre un vínculo con su casa, en donde vivió desde 1965 hasta 1989.
Al mismo tiempo aprendí que las relaciones que duran son las que se basan en la
confianza, él renunció a todos sus
derechos de la casa, sin pedirme primero el dinero que tenía que pagarle, lo
que me hizo sentir feliz por ser digno de su confianza. Moisés me enseñó que
todas las personas e incluso los Estados tienen que aprender a confiar en los
demás, porque la confianza es una herramienta que nos empodera y nos compromete a cumplir con
nuestra responsabilidad y a respetar la palabra.
Es importante mencionar que Moisés lleva
viviendo en Paris desde 1989 y nunca pidió la nacionalidad francesa. Él dice
que se siente orgulloso de su nacionalidad marroquí, que no la cambiaría por
ninguna otra. Eso me hace pensar en mi generación, en algunos políticos
marroquíes que tienen otras nacionalidades, y en los miles de inmigrantes
marroquíes que sueñan con obtener otras nacionalidades para sentirse
afortunados y felices, y no entienden que la felicidad se logra cuando uno
valora lo que tiene y no cuando tiene lo que valora. De hecho, como marroquíes
debemos valorar la historia de nuestro país en donde convivían las religiones y
se respetaban las demás confesiones y creencias.
Termino dando las gracias a Moisés y mi
padre; quien se levantó a las 5 de la madrugada para acompañarle al aeropuerto
en su coche Peugeot 205, los dos me enseñaron que el verdadero tesoro se
encuentra dentro de cada persona y que la felicidad no se compra con el dinero
sino que se alimenta con los sentimientos. Unos sentimientos que nos unen y que
compartimos todos a pesar de nuestras diferencias físicas, ideológicas y
religiosas.