Friday, October 29, 2010

Un regalo de amor


En el mundo hay miles de millones de corazones que buscan encontrar a otros corazones para conocerlos y dialogar con ellos. El mío, como cualquier otro corazón, conoció a varios, algunos los dio vida y paz y otros, sin querer, les quitó la paz que tenían.
Nuestros corazones son unos verdaderos instrumentos para la paz, tienen el poder de inspirar la imaginación de las personas y crear espacios de encuentro, alianzas y sobretodo esperanzas. Todos son iguales, no se diferencian por color, religión o cultura, y tienen un lenguaje común que se entiende en todos los lugares del mundo, sin necesidad de traducciones ni de diccionarios, porque en vez de letras utilizan miradas y sonrisas.
Cuando era pequeño, vivía en el edificio Nº30 de la calle Velásquez en el corazón de Tánger, con familias cristianas, judías y musulmanas. De la convivencia armónica que reinaba en el edificio, mi corazón entendió que una vida larga y sana necesita un corazón grande y acogedor, que une y no divide, que incluye y no excluye. Por eso, preparó todo el espacio para acoger a los miles de millones de corazones que puede encontrar en su vida, hasta que no le quedo ni una plaza para el odio, la xenofobia y el rechazo. Desde entonces, se convirtió en un corazón que acepta los pequeños y los mayores, los pobres y los ricos, los blancos y los negros, los de occidente y los de oriente, los del norte y los del sur; y admite a todas las personas sin importar si son judíos, cristianos, musulmanes u otros. Para él lo más importante es aprender de los demás corazones y alimentarse de su amor.
De hecho, es un corazón que tiene fe en que todo lo que se hace y se dice desde corazón, siempre toca los corazones de los demás, y no tiene dudas de que cada corazón que encuentra en su camino, es un compañero para toda la vida, que con sus aportaciones se puede seguir construyendo puentes de entendimiento y encuentro entre los pueblos, las culturas y las religiones.
Es curioso entender, que al mismo tiempo que las personas pueden tener solamente una religión o ninguna, los corazones pueden creer y aceptar a varias religiones y creencias. Por eso, mi corazón acepta a todos los profetas y cree en todas sus religiones, porque así le enseño la religión que profesa, y así aprendió de los demás corazones que conoció en el tren de la vida y en la parada de ese tren durante años en Tánger, y de otras paradas en España tanto en Madrid como en Castellón. La última parada ha sido Granada, donde conoció a personas majas que transmiten amor y cariño con sus miradas, sonrisas y abrazos, entre ellas, los dueños del Hostal Suizo señor José Ignacio y su mujer Ivana Carina.
Por consiguiente, cada día mi corazón intenta practicar el diálogo de los corazones, que empieza por una sonrisa sincera, un gesto de ternura y un regalo de amor, porque sabe que todos necesitamos un regalo de amor y todos tenemos que aprender a regalar amor.
Un amor que algunos toman como credo, al igual que el filósofo andalusí Ibn Arabí, quien hace siglos atrás dijo «Mi corazón se ha hecho capaz de acoger a todas las formas: es un prado para las gacelas, monasterio para las monjes, altar para los ídolos, piedra negra para los peregrinos, tabla de la Ley y libro del Corán. Profeso la religión del amor, y voy donde me arrastra su cabalgadura, pues el amor es mi credo y mi fe»
Él entendió el verdadero mensaje de las religiones, que al mismo tiempo que llaman a unirse y adorar al único Dios, también enseñan a las personas a amarse a sí mismas y a los demás «ama a tu prójimo como a ti mismo» declara la Biblia y «ama a tu hermano lo que amas a ti mismo» como enseñó el profeta Mohamed a sus seguidores.
Ese amor que nos enseñan las religiones, que profesan algunos filósofos y que utilizan nuestros corazones en su diálogo, es lo que necesita la humanidad en la actualidad, para alcanzar la paz y la felicidad. Tenemos que tener claro que si un río necesita cada gota de agua para seguir fluyendo, la humanidad necesita cada grano de amor para seguir existiendo. Un amor que cada uno de nosotros debe aprender a dar y a recibir de los demás, para que fluya el diálogo de los corazones.